Crónica de la exposición de acuarelas y tintas  de Sergio Galván

Por Adriana González Mateos*

La obsesión por los laberintos parece endémica en nuestra época. Artistas tan distintos como Picasso y Borges frecuentaron esta imagen, por no hablar de Octavio Paz y de los surrealistas que admiraron al Minotauro. Parecería que las complicaciones de la vida urbana contemporánea hacen casi inevitable la referencia a este espacio diseñado para que nos perdamos en él. Como si quisiéramos reconocer que nuestra desorientación no es un mero problema personal, sino algo inherente a la ciudad y a sus inextricables redes humanas e informáticas.

Como muchos de estos precursores ilustres, Sergio Galván reconoce la claustrofobia del laberinto. Imágenes como “III Babel” muestran el angustioso tedio de personajes que recorren las escaleras de edificios que no llevan a ninguna parte, doblegados a un anonimato que los hace idénticos entre sí. ¿Sería una alusión a cómo nos sentimos en la oficina? ¿Una metáfora de la burocracia? Quizá, porque incluso los puentes que parecerían llevar a los personajes fuera de este laberinto vertical son apenas pasillos que los conducen a otra sección. No es extraño que hayan perdido muchos de sus rasgos humanos y se hayan convertido en hormigas verticales, tal como la figura de “Un robot” es apenas un ensamblaje de piezas que no suman un cuerpo. Como tantos de nosotros que ya no somos nada sin el celular o sin la computadora.

Por eso algunos de estos espacios son tan parecidos a un mall. El personaje de “Equilibrio” transita por otro de estos pasillos sin final, entre espejos que repiten a personajes también anónimos e idénticos. “El otro lado” muestra a alguien que se empeña en encontrar eso que Sergio Galván sabe que no existe: una alternativa, un mundo menos geométrico y desesperanzado. Lo vemos asomarse, quizá arriesgarse a caer, pero sabemos ya que solo va a descubrir mas paredes iguales. Porque parte de la claustrofobia de estos laberintos viene de la obsesiva repetición de las mismas ventanas, los mismos diseños, las mismas paredes. Nada en este laberinto nos orienta ni nos promete algún descubrimiento, porque todo se ha visto en otros lugares de este mundo sin rumbo.

Y sin embargo, muchos de estos personajes lanzan miradas a la altura. Quizá el personaje de “El otro lado” comete un error táctico: busca alternativas en este mundo laberíntico, aunque sus afanes lo han llevado al pie de un observatorio que dirige sus lentes a espacios desconocidos, infinitos, presumiblemente distintos. Por lo menos esta oscuridad no repite la pesadilla geométrica. En vez de ello muestra algunas estrellas afortunadamente asimétricas, una oscuridad que promete misterios. Por eso algunos personajes se proveen de alas y son ángeles que emprenden el vuelo, casi a punto de bailar, como en “Sin salidas I”  Y sin embargo, el mito del laberinto advierte que la libertad de los cielos es otra ilusión.

Dédalo, el constructor del laberinto, logró escapar usando unas alas construidas por él. Pero la suerte de su hijo Ícaro no fue tan buena: su excesiva confianza en esas alas hechizas lo hizo olvidarse de sus límites y morir la horrible muerte de los estrellados. Por eso en el mundo de Sergio Galván existe el “Laberinto sideral” que también encierra a las estrellas en cuadrángulos y confina las curvas al espacio plano. La verdadera salida del laberinto, parece decir Sergio Galván, es la que solo conoce su constructor, el ingenioso Dédalo que lo planeó y no se engañó con la idea de volar hasta los cielos. Le bastaba sentarse, quizá a pintar, a ingeniar espacios desesperantes y atractivos para otros, porque la desesperación del laberinto también es un juego.

México   Septiembre 2003

*Adriana González Mateos, es escritora, traductora de poesía norteamericana y guionista de radio y televisión. Es autora de ensayos sobre literatura y artes plásticas. Con  el ensayo Borges y Escher. Un doble recorrido por el laberinto recibió el Premio Nacional de Ensayo Literario José Revueltas 1996

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